Desde el ámbito educativo es indiscutible que buscamos la mayor igualdad de oportunidades para nuestras personitas, queremos conseguir que se conviertan en hombres y mujeres que tengan unos valores de igualdad, justicia y solidaridad que les permita contribuir a un mundo más equitativo y lleno de oportunidades. Sin embargo, nuestra estructura social muchas veces impide que logremos este propósito puesto que reflexionamos poco y actuamos de acuerdo a determinados estereotipos que no necesariamente han de ser ciertos.
La corresponsabilidad es algo que cada vez está más presente en las familias, ambos progenitores suelen trabajar fuera del hogar, y ambos han de ocuparse de las tareas domésticas también. Sin embargo, en muchos casos las jornadas laborales interminables y las diferentes características de los puestos de trabajo en ocasiones no facilitan que se de una adecuada corresponsabilidad, especialmente en lo concerniente al cuidado de los hijos. Las soluciones no son fáciles, tiramos de abuelos o personas dedicadas en particular a ayudarnos en casa y con los niños. Otras veces un miembro de la pareja se dedica más a los hijos que el otro.
La familia es el primer espacio de socialización, y es aquí donde aprendemos desde muy pequeños qué es ser hombre o mujer.
La familia es el primer espacio de socialización, y es aquí donde aprendemos desde muy pequeños qué es ser hombre o mujer: qué roles, qué tareas y responsabilidades, qué lugares, podemos ocupar unas y otros; pero también cómo hemos de expresarnos, qué sentir, cuáles deben ser nuestros sueños y proyectos de vida, según seamos chicos o chicas. Existe evidencia científica que no encuentra diferencias evidentes en el comienzo de la vida seas niño o niña. Son pocas las diferencias medibles entre lactantes mujeres y varones. Los varones son un poco más largos y grandes y pueden ser ligeramente más fuertes pero físicamente son más vulnerables desde el momento de su nacimiento. Las niñas reaccionan menos ante el estrés y tienen mayores probabilidades de sobrevivir la lactancia (Davis y Emory, 1995; Keenan y Shaw, 1997). Al momento del nacimiento, el cerebro de los varones es casi 10% más grande que el de las niñas, una diferencia que continúa incluso hasta la edad adulta (Gilmore et al., 2007). Por otra parte, los dos sexos son igualmente sensibles al tacto y tienden a presentar la dentición, a sentarse y a caminar aproximadamente a las mismas edades (Maccoby, 1980). También alcanzan los demás hitos motores del desarrollo de la lactancia prácticamente al mismo tiempo.
Los adultos tendemos a pensar que los niños y las niñas son más diferentes de lo que son en realidad.
A pesar de que no existen evidencias suficientes para que niños y niñas sean significativamente diferentes, sí son diferentes cuando incorporan y moldean sus diferencias de género. Los adultos tendemos a pensar que los niños y las niñas son más diferentes de lo que son en realidad. En un estudio de lactantes de 11 meses de edad que estaban empezando a gatear, las madres tenían expectativas consistentemente mayores de que sus hijos varones tuvieran éxito en descender pendientes inclinadas y estrechas de las que tenían para sus hijas. Sin embargo, al someterlos a prueba en las pendientes, los bebés varones y mujeres mostraron niveles idénticos de desempeño (Mondschein, Adolph y Tamis LeMonda, 2000).
Las diferencias en realidad se dan por el fenómeno de «tipificación de género», que es el proceso de socialización por el cual los niños a temprana edad aprenden los roles apropiados a su género. La adquisición de roles en ocasiones se estereotipan y dan lugar a generalizaciones preconcebidas acerca de cómo han de comportarse, a qué jugar, cómo vestir, etc. sean niño o niña.
En el ámbito escolar también asistimos en ocasiones a situaciones de discriminación o desigualdad sociocultural, bien sea por género, por raza o por diferencias en niveles de aprendizaje. Muchas veces asistimos a patios de colegios donde los niños juegan al fútbol y las niñas se sientan pasivas a hablar. Esto bien puede ser porque sea lo que les apetece hacer, pero debemos reflexionar un poco más allá y discutir si realmente es así porque les apetece o porque nuestra sociedad no les deja mucho margen para poder explorar otros ámbitos que no se les presuponga por sus características físicas.
Se ha investigado que los niños varones presentan una socialización más fuerte de género en cuanto a preferencias de juego que las niñas. Los adultos mostramos mayor incomodidad si un niño juega con una muñeca que si una niña juega con un camión, especialmente los hombres. Las niñas suelen tener mayor libertad que los niños en su vestimenta, juegos y elección de compañeros de juego (Miedzian, 1991). En los hogares corresponsables, el papel del padre en la socialización del género parece especialmente importante (Fagot y Leinbach, 1995). En un estudio observacional acerca de niños de cuatro años en ciudades británicas y húngaras, los varones y niñas cuyos padres tenían mayor participación en las labores domésticas y el cuidado de los hijos eran menos conscientes de los estereotipos de género y participaban en menos juegos tipificados por género (Turner y Gervai, 1995).
Por todo esto es importante que abordemos cómo coeducar desde la primera infancia, reflexionar, pararse y actuar para generar mayores oportunidades.
Por todo esto es importante que abordemos cómo coeducar desde la primera infancia, reflexionar, pararse y actuar para generar mayores oportunidades.
Pero, ¿qué es la coeducación? Coeducar significa educar en común y en igualdad, al margen del sexo de las personas. Significa detectar todos los estereotipos asociados a lo masculino y lo femenino, ser conscientes de ellos, reflexionarlos y poner en marcha las medidas necesarias para eliminarlos, potenciando aquellos aspectos que quedan anulados por el hecho de asumir los roles de género: la afectividad en los varones o el desarrollo profesional en las mujeres (Entreculturas, 2008).
Si comenzamos a reflexionar y a actuar seguramente nos demos cuenta que nosotros mismos realizamos un montón de cosas en el ámbito de la categoría que nos ha tocado ocupar en nuestra sociedad.
Qué implica coeducar |
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¿Y qué podemos hacer como padres para fomentar la coeducación? Como señala el Colectivo Brote en su programa de «Coeducación: Ni superhéroes ni princesas«, podemos sugerir algunas pautas de actuación para la coeducación como las que siguen:
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Algunos recursos: