El hábito de estudio consiste en la repetición del habito de estudiar. Aunque empieza a establecerse hacia los siete u ocho años, depende de otros hábitos que han de fijarse antes (de la coherencia en las normas y límites que rijan en la familia, de los refuerzos, de la educación de la autoestima y del tiempo dedicado al niño). Un hábito es un conjunto de actos complejos que al repetirse sistemáticamente, se interiorizan y pasan a ejecutarse de forma automática liberando la memoria y otras capacidades para realizar otras cosas. Una vez instaurado exige menos esfuerzo y facilita la realización de la tarea. Es más fácil incorporar un nuevo hábito que modificar uno ya establecido.
Tu papel será el de supervisor y reforzador del esfuerzo y del trabajo bien hecho».
- En un principio puedes ir animándole para que sostenga la atención y el esfuerzo, que no abandone enseguida. Ayúdale en su estrategia de pensamiento, (por ejemplo que lea los enunciados haciendo pausas para asegurarnos que entiende bien todo lo que se le está pidiendo, o dando pistas para guiar su pensamiento). Posteriormente irás retirándote de su estudio para darle cada vez más iniciativa. Tu papel será el de supervisor y reforzador del esfuerzo y del trabajo bien hecho.
- Si tu hijo saca una nota alta, háblale de lo mucho que debe de haber estudiado, lo bien que se ha organizado su tiempo de repaso y lo bueno que debe haber sido concentrándose en el examen. Si ha conseguido entrar en el equipo del colegio, elogia lo mucho que se entrena y lo bien que trabaja con los demás. Estos halagos fomentan el esfuerzo, la resistencia y la perseverancia ante el fracaso. Elogiemos el proceso, no el resultado, siendo todo lo concreto que podamos. ¡Qué bien has jugado hoy al fútbol! es una frase que te lleva a reflexionar sobre cómo lo hiciste. ¡Qué bien juegas al fútbol! es halagador pero probablemente no produce reflexión.
- Para los más mayores que ya suelen hacerse cargo de sus tareas, recordar el denominado efecto Zeigarnik (descubierto por Bluma Zeigarnik), que afirma que recordamos mejor las tareas inconclusas. Dejar algo sin terminar nos genera una cierta tensión; cuando empezamos una tarea estamos más dispuestos a terminarla. Es lo que nos ocurre al empezar a ver una película: luego no podemos parar.
- Aprovechando este efecto podemos proponernos metas fáciles que nos permitan empezar: “voy a estudiar 10 minutos de matemáticas”. Una vez comenzada la tarea es probable que ya no la soltemos hasta haberla concluido. Lo difícil es empezar, La mejor manera de dejar de postergar las tareas importantes es, sencillamente, comenzarlas.
Roberto Pérez Silva
Psicólogo orientador de Primaria
Colegio Villalkor