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Cómo conseguir que nuestros hijos sean más «resilientes»

Desde hace algún tiempo venimos escuchando la palabra «resiliencia» asociada al bienestar emocional, a la mejora de nuestra calidad de vida y al logro de nuestros propósitos. Multitud de publicaciones comentan la importancia que tiene «ser resiliente» para superar dificultades.

Pero ¿sabemos qué es la resiliencia? 

Desde un punto de vista teórico, la resiliencia es la capacidad para afrontar con éxito las adversidades, la enfermedad, los traumas, las tragedias, etc. a las que nos podemos ver sometidos a lo largo de nuestra vida, ya seamos niños o adultos. Es decir, es la capacidad de superarnos a pesar de las dificultades. A menudo esto es lo que los seres humanos solemos hacer, si no sería muy complicado que hubiésemos llegado hasta aquí como especie (pensemos en la cantidad de dificultades que probablemente tuvieron que superar nuestros antepasados), lo cual nos lleva a pensar que todas las personas podemos «ser resilientes», lo cual es una gran noticia. Ahora bien, esto no implica que no tengamos que conseguir encontrar la manera de promoverla en cada persona, especialmente en nuestros hijos e hijas, y este es uno de los retos que tenemos como padres y madres, hacer de nuestros niños personas con suficiente capacidad para afrontar lo que tenga que pasarles a lo largo de su vida.

 

En definitiva, la resiliencia es:

  • Un proceso dinámico de interacción entre diferentes factores.
  • Cíclica, que puede ser promovida a lo largo de la vida.
  • Variable, puesto que no constituye un atributo personal.
  • Madurativa, porque está ligada al desarrollo y crecimiento humano.
  • Flexible, puesto que no se trata de un estado definitivo, no es absoluta ni total.
  • Universal, no está relacionada con el nivel socioeconómico, y varía según contexto, etapa de vida, cultura…
  • Global, puesto que considera a la persona como una unidad y establece como elemento básico la dimensión comunitaria.
  • Constructiva, porque reconoce el valor de la imperfección.

 

¿Y cómo podemos fomentarla en nuestros hijos?

La resiliencia puede aprenderse, y por tanto podemos ayudarles a desarrollarla. Aprender resiliencia implica no sólo conductas si no también pensamientos y acciones que pueden aprenderse a lo largo del tiempo. Es importante tener en cuenta que para fomentar la resiliencia hemos de sentar bien los cimientos sobre los que se asentará el comportamiento que permita a nuestros hijos adaptarse y afrontar las dificultades.

De acuerdo al modelo de Vanistendael, S. y Lecomte, J. (2002, 2006) la resiliencia se construye como si de una casa se tratara:

 

 

Así, en la base estarían los cimientos que están asentados sobre el suelo de necesidades físicas básicas, y están compuestos por las redes de contactos informales como la familia, los amigos, etc. Sobre esos cimientos se construiría en primer lugar la capacidad de dar sentido o coherencia de vida, planta sobre la que seguiríamos subiendo al piso de la autoestima, las aptitudes y las estrategias de adaptación, que nos permitirían poner el ático o tejado donde tendríamos un mundo lleno de experiencias a descubrir.
Como vemos en este modelo, es imprescindible asentar adecuadamente los cimientos para conseguir a lo largo de la vida llegar a enfrentarnos a las experiencias sin miedo para afrontarlas. Visto así, los padres y madres podemos favorecer el desarrollo de esta estructura mediante algunas pautas:
PAUTAS PARA ESTABLECER LOS CIMIENTOS DE LA RESILIENCIA
  • Promueve que haga amigos, desarrolle la empatía, en definitiva que tenga una Red de Apoyo Social fuerte.
  • Deja que ayude a otros, estimula las redes de aprendizaje y cooperación mutua entre amigos y en familia. Deja que sea responsable de tareas.
  • Es bueno tener rutinas, pero también es buena la flexibilidad… saltarse a veces la rutina nos permite aprender a ver las cosas con perspectiva.
  • Favorece una adecuada educación para la salud: alimentación, sueño… un suelo estable que permita la construcción de nuestra casa.
  • Acostumbra a tus hijos a programar logros y metas y a avanzar hacia ellas.
  • Alimenta una autoestima positiva, acostumbrándote a pensar en positivo, destacar los logros en lugar de las equivocaciones.
  • Ser capaz de distinguir entre circunstancias y dramas, mantén la perspectiva en su justa medida, las circunstancias se resuelven y son la mayor parte de los sucesos de nuestra vida. Los dramas no tienen solución, tan solo suceden y pasan.
  • Facilita y deja espacio en el que tener oportunidades para el autodescubrimiento y la autorreflexión. Saber quién soy y qué hago, qué necesito y qué tengo ayuda a descubrir el lugar en el mundo.
  • No tengamos miedo al cambio porque cambiar es vivir.

 

Y por último, recordemos que somos modelos de conducta para nuestros hijos y, por tanto, hemos de aprender también a ser más y mejor resilientes, para ello aquí dejamos algunas recomendaciones:

 

  1. Respétate a ti mismo: si una persona se respeta a sí misma podrá respetar a los demás.
  2. Se directo: nos hace claros en el lenguaje verbal y no verbal, sin rodeos, sin agresiones, sin interpretaciones.
  3. Se honesto: nuestra palabra, nuestro creer y nuestro hacer son congruentes. No hay contradicciones ni discrepancias entre los pensamientos, palabras y acciones.
  4. Ejerce el autocontrol emocional: podemos, queremos y sabemos gobernar nuestras emociones.
  5. Comunica: cómo decimos las cosas puede generar cambio de ánimo y disposición de quienes escuchan.
  6. Escucha: significa relacionarnos empáticamente con los demás.
  7. Se positivo: busca en los sucesos el: «al menos… por lo menos»…
  8. Concéntrate en tu lenguaje corporal: hablamos con el cuerpo y descubre nuestras emociones y sentimientos.
  9. Ten sentido del humor: una persona madura no se ríe de los demás, si no de sí misma. Perder el miedo al ridículo… hacer el ridículo!

 

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