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Inteligencia emocional. Cómo apoyar la identidad personal

La Inteligencia Emocional está de moda. En todas partes oímos hablar de ella, y como tiene un nombre que suena a emoción, se nos queda en la cabeza y la utilizamos en todo momento pero, ¿sabemos qué es? ¿Cómo enseñarla a nuestros hijos e hijas? ¿De dónde surgió?
 Inteligencia emocional

Las personas adultas sabemos que hay gente muy inteligente, triunfadora en el entorno académico, que sin embargo no tiene demasiado éxito en su vida, o es poco sociable, o no ha encontrado el trabajo que le gusta… En definitiva, que no es feliz. Sin embargo, hay otras personas que, aunque no fueran unos cerebritos en el cole, han sabido desempeñarse en su vida con éxito y felicidad. Entonces, ¿quién es más inteligente?

 

Qué entendemos por inteligencia

Tendríamos que comenzar definiendo qué es inteligencia. La inteligencia es un concepto que está cambiando en los últimos años. Estos cambios se los debemos a investigaciones que pusieron en tela de juicio lo que hasta ese momento se conocía como inteligencia. Tradicionalmente, la medida de la inteligencia se restringía a test psicométricos que tan solo medían algunas capacidades, dejando fuera algunas otras como las habilidades sociales, el éxito profesional… Podemos definir la inteligencia, entonces, como el conjunto de habilidades y capacidades que permiten al ser humano adaptarse al mundo que le rodea con éxito.

Podemos definir la inteligencia, entonces, como el conjunto de habilidades y capacidades que permiten al ser humano adaptarse al mundo que le rodea con éxito.

En los años 80, un investigador llamado Mischel realizó un experimento que denominó «La prueba del bombón». Los niños y niñas que participaron entraban en una sala donde se les ofrecía una golosina. Se les decía lo siguiente: «Puedes comértela ahora, pero voy a salir y si cuando vuelva no te la has comido, te daré otra y podrás comerte dos».

 

 

De todos los niños y niñas participantes, solo un tercio del total aguantó el impulso. Al entrar en la etapa Secundaria les pasó pruebas de inteligencia. Observó que en estos tests había puntuaciones similares en ambos grupos (es decir, en los dos grupos había personas muy inteligentes), aunque había mayores puntuaciones en general en el grupo de los dos tercios que sí comieron la golosina. Sin embargo, y aquí viene el hallazgo, el tercio que aguantó el impulso de comer, aventajaba en notas y en conducta a los otros dos tercios pasada toda la Secundaria.

 

La importancia de la emocionalidad

Este experimento abrió la puerta para la investigación acerca de la importancia de la emocionalidad en el desarrollo de nuestra inteligencia.

Se descubrió que quizás no necesitamos tener una alta puntuación en un test de inteligencia para tener un mejor desempeño y desarrollo en nuestra vida. Los niños y niñas que supieron aguantar el impulso tenían más inteligencia emocional que los otros, y esto les permitió tener mejor desempeño académico y, suponemos, también profesional.

Se descubrió que quizás no necesitamos tener una alta puntuación en un test de inteligencia para tener un mejor desempeño y desarrollo en nuestra vida.

El modelo de la Inteligencia Emocional de Salovey y Mayer (1990) define esta como:

El subconjunto de la inteligencia social que implica la capacidad de monitorizar los sentimientos y emociones propios y de los demás, de discriminar entre ellos y utilizar esta información para guiar el pensamiento de uno y acciones.

Ya en 1997 delimitan en qué consiste la adquisición de una adecuada inteligencia emocional en:

 

inteligencia emocional

 

De acuerdo a este modelo, hay habilidades imprescindibles que desarrollar para una adecuada inteligencia emocional, que incluye como primer paso el autoconcepto, la autoestima y la configuración de la propia identidad. Y esto continuar alimentándolo a lo largo de toda la vida.

Para alcanzarlo, es importante fomentar al máximo el desarrollo de esta inteligencia en nuestros hijos e hijas. Todos los seres humanos venimos dotados para orientarnos al placer y, por tanto, es difícil controlar un impulso tan primario. Los niños y niñas que lo hicieron es porque tenían en mente el premio que vendría después, es decir, en lugar de funcionar por impulsos, funcionaron con la razón. Y es justamente de eso de lo que se trata, de enseñar a conectar nuestro cerebro primario, impulsivo, con el cerebro racional para que puedan tomar decisiones basadas en la razón y no en el impulso.

 

Consejos para desarrollar la inteligencia emocional

 

¿Y cómo podemos ayudar a conseguir una adecuada inteligencia emocional? Aquí van algunos consejos:

  1. Controlar la ira y el impulso. Si, como hemos visto en el experimento, los niños y niñas que controlaban el impulso de comer el dulce tenían mayor éxito, hemos de entrenarles en controlar y manejar su ira. Pongamos límites, cuando un niño o niña muestra ira o rabia hemos de ignorar su comportamiento, haciéndole ver que por ese camino no obtendrá nada nuestro. Una vez en calma, debemos explicarle claramente que sólo cuando está en tranquilidad y calma podremos conversar y obtendrán nuestra atención.
  2. Reconocer emociones básicas. A partir de los dos años es una edad perfecta para iniciar a los niños y niñas en el campo del reconocimiento de emociones básicas: alegría, tristeza, miedo y rabia. ¿Cómo? Mediante fotografías de rostros, mediante dibujos, preguntándoles cuestiones como: «Qué le pasa a esta persona?» «¿Está triste?» «¿Por qué crees tú que está triste?».
  3. Proporcionar vocabulario emocional. Si es importante reconocer emociones, igual de importante es saber nombrarlas. Es importante que nos marquemos el reto de conseguir que nuestros niños y niñas de 5 años ya sepan expresar si están contentos o no, por qué y de qué tienen miedo… Les podemos ayudar mediante ejemplos, o expresando nuestros miedos y emociones, de un modo natural.
  4. Desarrollar su empatía. Para desarrollar una dimensión tan importante como la empatía, es necesario razonar con ellos y ellas continuamente mediante preguntas. «¿Cómo crees que se siente el abuelo tras lo que le has dicho?». «¿Por qué crees que está llorando tu hermana?» «¿Crees que mamá está hoy contenta?».
  5. Desarrollar su comunicación. La comunicación es la base de la inteligencia emocional, a través de ella somos capaces de analizar nuestras propias emociones, de pensar sobre ellas, pero también de interactuar con los demás, saber hacer amistades, saber decir no, saber expresar… todo ello debemos desarrollarlo ejerciendo un modelo adecuado, si queremos que se comuniquen primero tendremos que comunicar nosotros y nosotras. Hagamos preguntas abiertas donde tengan que expresar más que un sí o un no. Y sobre todo, utilicemos el modelo, si el niño o niña no responde a las preguntas no le forcemos, en lugar de eso, respondamos y hablemos de nosotros y nosotras.
  6. Aprender a escuchar. En la adquisición de las habilidades comunicativas es muy importante también saber escuchar. Desde edades muy pequeñas, aprender a guardar silencio mientras el resto habla es imprescindible. Pero también hemos de proporcionarles modelos para desarrollar la escucha activa hablándoles con calma, mirándoles de frente y terminando con frases como: «¿has entendido?», «¿estás de acuerdo?».
  7. Ofrecer confianza. Para que podamos expresar las emociones con tranquilidad es imprescindible proporcionar un clima de confianza. Nunca subestimar sus emociones, recordemos que nosotras y nosotros también fuimos niños y que nuestras emociones tenían dimensiones gigantescas y somos nosotros, padres y madres, las que tenemos la responsabilidad de ayudarles a gestionarlas para que se conviertan en personas felices e inteligentes el día de mañana.

 

A medida que van creciendo tenemos que ser capaces de establecer una comunicación positiva que perpetúe la escucha activa y sincera, interesándonos por quiénes son y no solo por quiénes queremos que sean. Buscar en ellos y ellas el resultado del trabajo realizado durante su infancia y reforzar, respetar y afianzar la búsqueda de sí como parte imprescindible de una adecuada adaptación al mundo. Queremos que sean de éxito, pero el éxito real tiene que ver principalmente con saber quiénes somos y qué vida queremos vivir.

 

Bibliografía

  • Salovey P, Mayer JD. Emotional Intelligence. Imagination, Cognition and Personality. 1990;9(3):185-211. doi:10.2190/DUGG-P24E-52WK-6CDG
  • Mayer, J.D. y Salovey, P. (1997). What is emotional intelligence? In P. Salovey & D. Sluyter (Eds). Emotional Development and Emotional Intelligence: Implications for Educators (p. 3-31) Nueva York: Basic Books.
  • Goleman, D. (1995). Emotional Intelligence. Nueva York: Bantam Books. (Trad. Cast. Kairós, 1996).
  • Goleman, D. (1998). La práctica de la inteligencia emocional. Barcelona: Kairós.
  • Goleman, D. (2001). Emotional intelligence perspectives on a theory of performance. En C. Cherniss, & D. Goleman (Eds.), The emotionally intelligent workplace. San Francisco: Jossey-Bass.

 

Gema de Pablo González

Psicóloga

Asesora del Departamento de Orientación Psicopedagógico

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