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¡Yes, we can be optimistic! Incluso en pandemia…

Hablar de optimismo con los tiempos que corren parece más una temeridad que una necesidad. Y sin embargo, se trata de una auténtica y prioritaria necesidad.

¡Yes, we can be optimistic! Incluso en pandemia…

El otro día estaba dando una clase y surgió el tema del optimismo como hábito de vida y conducta. Y entonces un alumno me dijo que él reivindicaba «el derecho al pesimismo». Esto me hizo pensar, ¿qué es lo que entendemos o esperamos del optimismo? Y ¿qué es lo que pensamos que es el pesimismo?

La clave para dar respuesta a estas preguntas es entender cómo funciona nuestro cerebro emocional. Comprender cómo procesamos las emociones es clave para poder elegir qué modelo quiero seguir. En este sentido debemos saber que cualquier acontecimiento que genera carga emocional se genera en la amígdala, que está en nuestro cerebro mamífero. Ya hemos hablado, en otros artículos y talleres de familias, sobre cómo se configura nuestro cerebro. Y es que el cerebro es una estructura apasionante que ha ido evolucionando hasta ser hoy la máquina que nos permite ser inteligentes. Y en esta evolución nos encontramos con tres subestructuras que cumplen una función indispensable en nuestra adaptación al mundo:

 

 

Tal y como podemos ver en el vídeo, la subestructura del Sistema Límbico es la que llamamos «cerebro mamífero» y sirve para sentir y emocionarse. Y con respecto a las emociones ya sabemos que hay emociones que llamamos positivas (alegría, ternura, gozo, amor…), y emociones que llamamos negativas (miedo, tristeza, ira, dolor…).

  • Así, las emociones positivas nos hacen sentirnos bien y desencadenar sustancias en nuestro organismo asociadas al bienestar.
  • Mientras que las emociones negativas nos preparan para actuar, por tanto generan malestar.

Podríamos preguntarnos si es adaptativo que tengamos emociones negativas, y ante esta pregunta, la respuesta es un rotundo SI. Necesitamos sentir asco para no envenenarnos, miedo para protegernos del peligro, y todas ellas nos permiten adaptarnos al mundo.

Todas las emociones han ido quedándose en nuestro sistema emocional para permitirnos adaptarnos al mundo que habitamos, sea cual sea. El mundo ha ido cambiando y, en ese sentido, el mundo actual nos reta continuamente. En cuanto al optimismo y el pesimismo, éstos no residen en el cerebro emocional sino en el neocortex.

El cerebro optimista escoge el mismo camino cuando le llega una emoción. Las señales que llegan a la amígdala las conduce al lóbulo prefrontal izquierdo. El pesimista activa el lóbulo prefrontal derecho, lo cual determina la generación de expectativas positivas sobre nuestras capacidades. De acuerdo a Davidson (2012), el segundo mecanismo importante en el optimismo es cómo afrontamos la adversidad. Y esto depende de cuánta rapidez exista al comunicar la amígdala con la corteza prefrontal. Si la comunicación es rápida, nos recuperaremos rápido de la adversidad. Si la comunicación es lenta, nos costará más.

 

¡Yes, we can be optimistic! Incluso en pandemia…

¿Qué quiere decir esto exactamente? ¿Que no podemos estar tristes o enfadados? No, lo que quiere decir es que debemos entrenarnos para saber cómo comunicarnos con nuestro cerebro racional. Si conseguimos conectar rápidamente las sensaciones que proceden de la amígdala con la corteza prefrontal, conseguiremos decidir qué hacer con ellas. La clave es conectar el cerebro que piensa, el que toma decisiones y se posiciona ante la vida.

No podemos anular nuestras emociones y sentimientos hacia las injusticias, el dolor o los desastres. Pero sí podemos reconducir nuestras emociones hacia un pensamiento optimista que nos permita posicionarnos ante las diferentes situaciones con mayor perspectiva.

Es normal sentir ira, tristeza o miedo ante un entorno como el que nos ha tocado vivir en el último año. La sensación de incertidumbre está haciendo mella en nuestra moral colectiva. Sentimos que nada volverá a ser igual que antes, o que no va a acabar nunca. Si además hemos tenido situaciones particulares de pérdidas familiares o de amigos, nuestra mirada será más pesimista que optimista. Y esto es normal. Es normal y lícito sentir pesimismo, porque esto es lo que nos hace detectar qué es lo que no está bien. No podemos anular nuestras emociones y sentimientos hacia las injusticias, el dolor o los desastres. Pero sí podemos reconducir nuestras emociones hacia un pensamiento optimista que nos permita posicionarnos ante las diferentes situaciones con mayor perspectiva.

Es decir, podemos sentir emociones negativas. Tenemos derecho al pesimismo en cuanto a emoción se refiere. Pero tenemos también la responsabilidad de convertir las emociones negativas en pensamientos positivos que generen expectativas para poder avanzar.

 

Entrena tu cerebro para ser optimista

En este sentido, y siguiendo a Davidson (2012), ¿cuáles son los trucos que puedo utilizar para entrenar el optimismo?

1.- No te olvides de respirar

Cuando aparezca un pensamiento «rumiante» que nos genera bloqueo, haz tres respiraciones profundas. De este modo la sangre que se ha ido a la amígdala regresará a la corteza prefrontal y aumentará la posibilidad de pensar en positivo.

2.- Conecta tu corteza prefrontal izquierda

Prueba a decirte un pensamiento positivo por cada pensamiento de inseguridad que surja.  Y esto conviértelo en un hábito diario.

3.- Mira la botella medio llena

Piensa en todas aquellas cosas que sabes hacer bien, que puedes hacer bien. Una vez que las pienses practica decírtelas a diario.

 

Vive una vida de calidad

Cuando entrenamos el optimismo estamos ayudando a la corteza prefrontal a generar más seguridad y nos estamos ayudando a vivir con más calidad. Pero entrenar el optimismo no hará que desaparezcan todas las circunstancias que generan desastres o injusticias. Es muy común pensar que el optimismo es estar animado todo el día, y con una sonrisa de oreja a oreja. Y en base a esta creencia también pensamos que educar a niños en el optimismo consiste en poner música animada, dar palmas, gritar, animar o sonreír todo el tiempo.  Sin embargo, no consiste en eso, sino en enseñar a pensar. Consiste en ayudarles a que en su cerebro se produzca la comunicación emoción-razón.

Las personas de todas las edades pueden ejercitarse para ser más positivos. De hecho, existe suficiente investigación empírica que evidencia que las personas optimistas tienen más salud y viven más.

Selligman (2017) demostró que el optimismo es una habilidad que puede aprenderse. Las personas de todas las edades pueden ejercitarse para ser más positivos. De hecho, existe suficiente investigación empírica que evidencia que las personas optimistas tienen más salud y viven más. Del mismo modo, Angela Duckworth (2016), demostró que la clave del éxito en las personas no era el autocontrol. La clave estaba en el compromiso y la pasión con objetivos en la vida. Es decir, el éxito se relaciona directamente con la determinación de las personas y su capacidad para superar adversidades.

En definitiva, estamos en la vida para vivirla, y esto es algo que tiene que ver con la resiliencia y la capacidad para adaptarnos al mundo sean cuales sean sus circunstancias. Ante la actual situación de pandemia que vivimos, no olvidemos que hay varios modos de situarnos. No es negar la realidad, es pensar en toda la realidad, positiva y negativa, y conectar con aquella parte que nos permita ser más felices. ¡Yes, we can be optimistic! Incluso en pandemia…

 

Gema de Pablo González

Psicóloga

Dpto. Orientacion

 

Fuentes bibliográficas:

  • Davidson, R.; Begley, S. (2012). El perfil emocional de tu cerebro. Claves para modificar nuestras actitudes y reacciones. Barcelona. Ediciones Destino.
  • Selligman, M. (2017). La auténtica felicidad.  Barcelona. Ediciones B.
  • Duckworth, A. (2016). Grit: El poder de la pasión y la perseverancia (Crecimiento personal). Barcelona. Ediciones Urano.

 

 

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